«Lo que vale es que sois mejores y que estoy hasta los huevos de perder con estos, de perder en este campo. Lo que vale es que sois el Atlético de Madrid y hay 50.000 que van a morir por vosotros. Hay que morir por ellos, hay que salir y decir en el campo que sólo hay un campeón y va de rojo y blanco». Luis Aragonés / 27 de junio de 1992
La arenga del Sabio de Hortaleza, corazón perpetuo del Atlético, resume lo que significa el derbi madrileño, la desigual pelea entre hermanos de la capital que se juega desde siempre y que en los últimos años ha regalado a los amantes del fútbol batallas memorables, con vencedores de todos los colores aunque el Real Madrid todavía presuma con orgullo de su triunfo en el derbi por excelencia, el partido de los partidos, aquella histórica final de la Champions League disputada en Lisboa que se decidió en el último segundo con el cabezazo de Sergio Ramos.
El derbi madrileño siempre será especial por mucho que la historia diga que es una contienda desproporcionada, imposible comparar los éxitos de uno y otro porque las vitrinas del Real Madrid no son la envidia de España, sino de medio planeta. Los números hablan de un clarísimo dominio blanco, con 144 victorias en 270 partidos oficiales, pero el Atlético jamás ha arrojado la toalla. «Lo primero que hacíamos era mirar el calendario para ver cuándo nos tocaba jugar con ellos, los derbis eran a muerte. Hay gente que prefiere que le ganes al Madrid, aunque no seas campeón», confesaba tiempo atrás el mítico Adelardo Rodríguez en las páginas de El Pais.
Quizás el pasado fuera blanco, pero el presente es una incógnita porque el Atlético, con el ‘Cholo’ Simeone a la cabeza, se ha convertido en un desafío para el hermano mayor. Los derbis ya no son un trámite para el Real Madrid, que en los últimos cinco duelos después de Lisboa ha sido incapaz de superar al Atlético. Un motivo de gran orgullo en el Vicente Calderón, desde donde se mira al vecino con recelo porque se entiende que el derbi es la pelea entre David y Goliat, la aristocracia contra el proletariado, norte contra sur, rico contra pobre, el combate de los ganadores implacables contra los perdedores románticos, el duelo entre los versos de Joaquín Sabina y la voz de Plácido Domingo. Un lujo para Madrid.
Maneras de sentir
Siete kilómetros separan el feudo rojiblanco del Santiago Bernabéu, pero la distancia entre ambos clubes es sideral en casi todo. Dos formas de jugar al fútbol, dos maneras de ganar, de perder y prácticamente de entender la vida. Así quedó retratado en cómo celebraron unos y otros su centenario. El Real Madrid visitó la sede de la ONU en Nueva York, regaló el carné de socio a Juan Pablo II en El Vaticano, acogió en su estadio el final de la última etapa de la Vuelta a España y organizó un partido contra una selección mundial de la FIFA en un día en el que no se jugó otro partido oficial. El año del centenario para los blancos fue el de la novena Copa de Europa con aquel golazo de Zinedine Zidane en Hampden Park o el de la tercera Copa Intercontinental que ayudaron a enterrar el trago amargo del centenariazo en la final de la Copa del Rey.
Un año después le tocó el turno al Atlético, que consiguió celebrar sus cien años de historia en Primera División tras dos años en el infierno. La fiesta de los rojiblancos no fue tan grandilocuente: como acto central el club montó una fiesta entre Neptuno y el Vicente Calderón con una gigantesca bandera rojiblanca de más de un kilómetro de largo, invitó a los hinchas a una gran paella en la Pradera de San Isidro y, en lugar de una selección FIFA, eligió como rival en el partido del centenario a Osasuna, que -por supuesto- ganó aquel partido.
Qué manera de aguantar,
qué manera de crecer,
qué manera de sentir,
qué manera de soñar,
qué manera de aprender,
qué manera de sufrir,
qué manera de palmar,
qué manera de vencer,
qué manera de morir,Qué manera de jugarse en el derby la pelvis…
Joaquín Sabina
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