Anfield despide con honores a una leyenda como Steven Gerrard, un gigante que ha defendido los colores del Liverpool con un admirable entrega durante los últimos 17 años. Todavía debe jugar su último partido con la camiseta «red» pero ya no será en el templo eterno del fútbol inglés. Con la salida de Gerrard se escapa también un trozo del fútbol más romántico, ese que ha visto en los últimos años partir a leyendas como Ryan Giggs, Javier Zanetti, Paul Scholes y Paolo Maldini, ese que ha visto a grandes iconos como Alessandro del Piero o Raúl cambiar de colores, como hará Gerrard, que la próxima temporada jugará en Los Angeles Galaxy de la MLS.
La tarde fue emotiva en Anfield desde antes del pitido inicial, sobre todo para un Gerrard que saltó el último al césped acompañado de sus tres hijas para ser recibido por un pasillo formado por compañeros, rivales y árbitros. La grada también se volcó para demostrarle su cariño incondicional, pero la fiesta no pudo ser completa porque sobre el césped el Liverpool fue incapaz de regalarle una última victoria en casa a su capitán ante el Crystal Palace.
El resultado, eso sí, era lo de menos porque todos acudieron al estadio para homenajear en directo a Stevie G, que después del pitido final volvió a salir al campo para vivir la verdadera fiesta de despedida. «Estoy devastado, voy a echar tanto de menos jugar aquí», resumía el centrocampista que a duras penas contenía la emoción después de acariciar por última vez el escudo del Liverpool en el túnel de vestuarios y escuchar el último aplauso de una afición que siempre le admirará.
Sueño cumplido
The Kop, Anfield y media Liverpool quiere a Stevie G como a un hijo, como ese niño que nació y creció en un suburbio de la clase obrera y ha llegado a lo más alto gracias a su trabajo duro. Gerrard ha sido un futbolista exquisito, con una técnica soberbia y una inteligencia brutal para leer los partidos, pero por encima de todo a Steve se le recordará por su incuestionable entrega, día tras día durante estos 17 años como «red», en entrenamientos, amistosos o finales porque todavía hoy a sus 34 años juega con la ambición de un canterano. Por eso siempre será el ídolo de la clase obrera, de toda esa generación que creció con el horrible recuerdo de la tragedia de Hillsborough. También Gerrard, por entonces apenas un crío, que perdió en Sheffield a su primo Jon-Paul Gilhooley de diez años, la víctima más joven de los 96 seguidores del Liverpool muertos en la terrible avalancha.
La vida es fútbol para Steven Gerrard, y Anfield siempre fue su templo sagrado. «En la casa en la que crecí el Liverpool era una religión», cuenta en su biografía el futbolista, que se crió en una modesta casa de Huyton, un suburbio obrero al este de Liverpool. Allí, en Ironside Road, el pequeño Stevie soñaba con convertirse un día en Ronnie Whelan, el centrocampista irlandés del legendario Liverpool de los ochenta que conquistó seis ligas y una Copa de Europa. Y entre los hierbajos de un pequeño descampado estuvo a punto de perder el meñique del pie al golpear un balón llevándose por delante la punta de un rastrillo que le atravesó el dedo. El accidente fue tan grave que los médicos tenían la intención de amputar, pero lo evitó el director de la cantera del Liverpool, Steven Heighway, aterrado por la posibilidad de que una chiquillada pudiera costarle la oportunidad de cumplir el sueño su vida. Por entonces Stevie porque por aquel entonces Steven ya había entrado en la academia «red», que le cazó por sus exhibiciones con el Whiston Juniors, donde era tan superior que a veces tenía que jugar la segunda parte de los partidos como guardameta para que los rivales no saliesen humillados.
Un problema de altura
A los catorce años Gerrard poseía una técnica excelente, era rápido, tenía gol, acostumbraba a echarse al equipo a hombros y ya era un obsesionado del fútbol hasta tal punto que acudía a ver los partidos de sus próximos rivales. Sus entrenadores pronto se dieron cuenta que el fútbol no era un hobby para él sino una forma de vida. Sin embargo, el pequeño Steven sufría problemas de espalda y era demasiado bajito. Paradojas de la vida que uno de los futbolistas más dotados físicamente estuviera a punto de quedarse por el camino porque algunos creyeron que era demasiado débil. Tanto le frustró a Stevie que llegó a presentarse a las pruebas de las canteras de otros equipos, incluida la del Manchester United, aunque él dice que aquello era un farol para que el Liverpool le atara con un contrato formativo, paso previo a convertirse en profesional. Lo consiguió Steven y dos años más tarde pegó un sorprendente estirón que borró del mapa todos los interrogantes posibles. La estrella estaba a punto de explotar.
Gerrard debutó con la camiseta del Liverpool ante el Blackburn Rovers el 29 de noviembre de 1998, en su querido Anfield, aunque aquella tarde solo jugó unos segundos. Steven ha reconocido que jugó sus primeros partidos con bastantes nervios, algo superado por la sensación de cumplir el sueño que había perseguido durante toda su vida. Jugaba además fuera de posición, escorado en la banda derecha, pero ello no evitó que le empezaran a llover los elogios de sus compañeros. «Es grande, fuerte, tiene velocidad, habilidad para recuperar balones y sabe jugar al fútbol. Si pudiera apostaría mi dinero a que llegará a vestir la camiseta de la selección inglesa», sentenció una de las estrellas de aquel equipo, el joven Michael Owen que se convirtió en uno de sus mejores amigos dentro del vestuario. Jugó su primer partido como titular en Anfield ante el Celta de Vigo en la Copa del Rey, y aunque el Liverpool perdió aquella noche Gerrard fue seleccionado hombre del encuentro. «Siempre soñé con jugar en Anfield. Lo grande del Liverpool es que aunque tengan millones para gastarse en fichajes, aquí siempre se da una oportunidad a los jóvenes», sentenció Gerrard. Orgullo «red».
Había llegado para quedarse Gerrard, que pronto se convirtió en un todoterreno útil para Houllier, jugando más de 30 partidos en su primera temporada completa en el Liverpool. Las maneras de aquel chico convencieron también a Kevin Keegan, seleccionador inglés, que le convocó para un amistoso contra Argentina en febrero de 2000. Gerrard, un tipo duro que se ha levantado de mil bofetadas, se cayó de aquella convocatoria al recaer de sus dolores de espalda, pero tuvo otra oportunidad meses después que no iba a desaprovechar, y acabó entrando en la lista para la Eurocopa de Países Bajos y Bélgica, aunque su presencia fue casi testominial. Después de aquel verano el fútbol comenzó a descubrir el verdadero potencial de Steven Gerrard, que dejó de acudir a entrenar Melwood con el viejo Honda de su padre después de comparse un Mercedes con el dinero que ganó con su primera renovación. «Solo tiene 20 años pero tiene un gran físico y una excelente técnica. Lee muy bien los partidos, puede pasar el balón y es muy rápido. La gente le compara con Roy Keane, pero yo prefierono opinar, odiaría que el Liverpool tuviera algo tan bueno como Keane», dijo de él Sir Alex Ferguson.
La llamada de Abramovich
Steven firmó una temporada espléndida con diez goles en 50 partidos, conquistando el triplete con la FA Cup, la Copa de la Liga y esa inolvidable Copa de la UEFA de Dortmund en la que tumbaron al histórico Alavés en una prórroga de infarto. Gerrard acabó la temporada como mejor futbolista joven del año de la Premier League, una distinción que habían levantado mitos como Ian Rush, Matthew Le Tissier, Ryan Giggs, Robbie Fowler y que luego han levantado otros gigantes como Cristiano Ronaldo, Wayne Rooney, Cesc Fábregas, Gareth Bale o Eden Hazard. Cuando los focos le apuntaban ya como una realidad se llevó otro sopapo al perderse el Mundial de Corea y Japón por culpa de otra inoportuna lesión. Pero Gerrard no tardó en volver a levantarse. A los 23 años heredó el brazalete de capitán del Liverpool, un premio de Houllier a su capacidad de liderazgo. «Gerrard simboliza el alma del Liverpool, no solo por su rendimiento, sino porque es un jugador de club que se ha criado aquí, en una familia de clase obrera», explicó el entrenador francés, que salió de Anfield aquella temporada tras un año decepcionante.
El Liverpool entonces parecía quedársele pequeño a Gerrard, que recibió en 2004 la llamada de Roman Abramovich que le ofrecía un contrato millonario para cambiar al bando «blue» que armaba a base de talonario y con José Mourinho en el banquillo. Gerrard tuvo dudas, muchísimas dudas. Y parece que se quedó en Anfield por consejo de su padre, Paul Gerrard, para convertirse en una leyenda. «Por primera vez en mi carrera pensé en la posibilidad de salir del club, pero me he guiado por el corazón y he decidido quedarme en el Liverpool», explicó el centrocampista, que iba a vivir una etapa brillantísima de la mano de Rafa Benítez, que le eliminó responsabilidades defensivas y le dio libertad para sumarse al ataque, entre otras cosas, por su capacidad para disparar desde lejos.
Fue la mejor etapa de Gerrard en el Liverpool, donde ya asumía el papel de líder absoluto del equipo marcando goles trascendentales. Como el que metió al Olympiacos en el último partido de la fase de grupos de la Champions League para meter a los «reds» en los octavos de final, una pequeña proeza que anunciaba el milagro de Estambul en uno de los partidos más emocionantes de los últimos veinte años, seguramente el partido por el que será más recordado Steven Gerrard, alma de una remontada histórica y autor del primer gol del Liverpool, que se fue al descanso de la final de la Champions League con un 3-0 en contra para acabar levantando el título en la tanda de penaltis. El sueño de todos los sueños.
El resbalón más doloroso
Ese título queda como el mejor recuerdo de un Gerrard que siempre ha dado la cara y al que el palmarés no le hace justicia alguna. Stevie G abandona Anfield sin haber ganado la Premier League y, para colmo, como protagonista la campaña pasada de un desafortunado resbalón que echó por tierra una ocasión espléndida para lograr el primer título de liga «red» después de 24 años de sequía. Los incondicionales de Anfield, eso sí, no se olvidan de su exhibición contra el Real Madrid en la Champions League de 2009 ni su hat-trick contra el Liverpool en el derbi de hace tres años.
Durante los últimos tiempos Gerrard ha dejado de ser protagonista central del juego del Liverpool de Brendan Rodgers, y aunque haya jugado un alto número de partidos se quedó fuera, por ejemplo, del duelo del Bernabéu contra el Real Madrid en la fase de grupos de la Champions League. La sensación de acabar siendo un lastre para el equipo y la ausencia de noticias sobre su contrato, que acababa este verano, le llevó a firmar un contrato con Los Angeles Galaxy de la MLS estadounidense que comenzará el próximo mes de julio.
En marzo firmó uno de los borrones más feos de su carrera al ser expulsado a los 38 segundos de entrar como sustituto en un partido contra el Manchester United por arrollar a Ander Herrera, aunque ese capítulo ha quedado enterrado en una trayectoria admirable que cierra con más de 500 partidos en la Premier League con una misma camiseta hito que solo han alcanzado hasta ahora Ryan Giggs y Jamie Carragher. Las pancartas de The Kop este sábado le agradecían una vida entera entregada al club de su vida: Gerrard estaba hecho para el Liverpool y el Liverpool estaba hecho para él, rezaba una de ellas. Puede que sea así. «Nunca lo había dicho antes: yo juego al fútbol por John-Paul», concluye su biografía. Liverpool siempre será Steven Gerrard, que jamás caminará solo.
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