La FIFA reelige al cuestionado Blatter como su presidente

Víctor Pérez

A un paso de cumplir los ochenta años, no existe un personaje tan poderoso en el deporte como Joseph Blatter, el suizo que maneja los hilos del fútbol mundial a través de la presidencia de la FIFA desde hace diecisiete años y acaba de salir reelegido en medio de otro escándalo mayúsculo de sobornos, corrupción y blanqueo de dinero que ha llevado a la detención de una docena de directivos por parte del FBI y la apertura de una investigación formal de la fiscalía suiza sobre la votación de Rusia y Qatar como sedes de las dos próximas Copas del Mundo.

Nada ni nadie puede detener a Joseph Blatter, que lleva toda la vida sorteando charcos en la FIFA, primero como mano derecha de Havelange y desde 1998 como presidente. El suizo, hijo de un obrero y licenciado en Económicas por la Universidad de Lausana es un tipo inteligente, con don de lenguas -habla cinco idiomas- y tiene fama de cálido en el trato cercano. Cualidades de diplomático que ha exprimido desde su aterrizaje en la institución en 1975, donde ayudó a transformar la FIFA alrededor de la gran fiesta del Mundial a través del dinero de las televisiones y las grandes multinacionales -McDonald’s, Coca-Cola, Adidas, MasterCard- en las que se apoyaron para abrirse terreno en nuevos mercados.

Blatter partía como favorito y se ha impuesto claramente este viernes al Príncipe Alí Bin Al Hussein que prometía cambio y transparencia en una institución cercada por la corrupción. El dirigente suizo, que ha prometido trabajar con todos para solucionar los problemas de la FIFA, cumplirá dos décadas al frente de la institución gracias a los votos de los países africanos y asiáticos, que han votado en bloque a favor de su continuidad. Blatter venció en primera ronda con 133 votos a favor por los 73 del jordano Alí, que renunció a la segunda vuelta al entender que le sería imposible ganar la votación.

Una coronación dudosa

La verdadera carrera para Blatter comienza en París en 1998, cuando Joao Havelange decide dar un paso atrás y le apoya como sucesor en el trono de la FIFA. Aquella votación ayuda a entender el funcionamiento a nivel interno de una organización gigante como la FIFA. Lennart Johansson, por entonces presidente de la UEFA, anunció su intención de presentarse a las elecciones con tres años de antelación, mientras que Blatter dio el paso solo cuatro meses antes de una compleja votación en la que cada federación independientemente de su tamaño o historia -sea Estados Unidos, Alemania o La República Democrática de Santo Tomé y Príncipe – tiene un voto. Johansson encabezaba el discurso del cambio, prometiendo transparencia financiera al tiempo que criticaba la explotación televisiva a través de la empresa ISL, una fórmula censurada catorce años después por el propio organismo.

«Solo debemos tener en los comités a gente que esté libre de toda sospecha», aseveraba un Johansson que se veía vencedor gracias a los votos de los países europeos y la mayoría de los africanos. El ascenso de Blatter fue meteórico, gracias al apoyo de Havelange y a la ayuda que recibió del emir de Qatar, que cedió su jet privado al suizo con el que hizo campaña en Oriente Medio, Asía, África y los países del Caribe. El panorama cambió radicalmente en apenas dos semanas hasta llegar con las fuerzas parejas al hotel Meridien Montparnasse de París. En principio la votación se realizaría entre 165 delegados porque quedaban excluidas las federaciones que tenían deudas con la FIFA, pero la institución permitió que los impagos se pudiesen saldar hasta el último momento y el electorado creció hasta los 191 delegados. Y eso fue posible, paradójicamente, porque la FIFA entregó durante aquel congreso sobres con dinero en efectivo que, según la versión oficial, respondían a adelantos de las ayudas presupuestadas para los países más desfavorecidos.

Los rumores sobre la compra de votos no tardaron en salir a la luz. El periodista inglés David Yallop fue uno de los primeros en denunciar que un emisario cercano a la candidatura de Blatter ofrecía en el vestíbulo del Meridien Montparnasse sobres en efectivo a cambio de un voto a favor del suizo. Años después el presidente de la Federación de Somalia denunció públicamente que le llegaron a ofrecer 100.000 dólares a cambio de apoyar a Blatter, algo que según Farah Ado, por entonces también vicepresidente de la Confederación Africana de Fútbol (CAF), aceptaron 18 delegados africanos. En los últimos años el propio Johansson ha dejado caer que quizás perdió aquella elección por la compra de votos, algo que siempre ha negado en rotundo Sepp Blatter.

The logo of the FIFA is pictured on a ca

Los cimientos del imperio

Cocina de un centro técnico levantado por la FIFA en Zambia con un presupuesto de 800.000 dólares

La prensa anglosajona, muy crítica con Blatter desde hace años, apunta como uno de los grandes secretos de la perpetuidad de Blatter programa «Goal», cuya misión es «cultivar el fútbol» en zonas desfavorecidas a través de la construcción de campos de fútbol, escuelas, centros técnicos y oficinas con fondos de la FIFA, que presume de haber levantado más de 700 instalaciones desde la implantación de esta idea meses después de la llegada al poder de Joseph. Las subvenciones no tienen contraprestaciones, pero a nadie se le escapa que las Federaciones más pequeñas, que apenas tienen para subsistir, pueden sentirse en deuda con Blatter y gratificarle cada cuatro años en las elecciones a la presidencia.

El diario The Guardian denunciaba esta semana uno de estos proyectos financiados por la FIFA en Zambia, donde varias de las instalaciones con presupuestos millonarios tienen un aspecto deplorable  y, a menudo, están en desuso por una evidente falta de planificación. Construir por construir. «Una buena idea se está usando también contra los principio democráticos», denuncia un expresidente de la Federación. Algunos proyectos en este país llevan años paralizados y más de uno se ha diluido por la negativa del Gobierno local a regalar los terrenos. Eso sí, en las instalaciones abiertas no faltan las placas con el nombre de Blatter como tampoco falta su imagen en el apartado del proyecto en la web de la FIFA, donde el presidente aparece al lado de un obrero que sostiene una pancarta muy ilustrativa: «Sepp Blatter, el único hombre que trata los problemas de África».

A pesar de la falta de transparencia en la gestión, la imagen de Blatter en África resulta incuestionable. Especialmente porque ha quedado en el imaginario del fútbol africano como el hombre que llevó al continente por primera vez un gran acontecimiento deportivo, el Mundial de Sudáfrica de 2010 que llegó cuatro años tarde por un cambio de voto inesperado.

Elecciones bajo la lupa

Sudáfrica queda hoy como una fiesta, sobre todo para España por el éxito de su fútbol, pero todo comenzó -para variar- con sombras de corrupción y sobornos. El país africano pugnó por organizar el Mundial de 2006 que fue a parar a Alemania por la abstención de un solo miembro del Comité Ejecutivo, Charlie Dempsey, de Nueva Zelanda, que no votó a favor de Sudáfrica a pesar de recibir instrucciones de hacerlo por parte de la Confederación de Oceanía. Su voto a favor hubiera propiciado un empate a doce con la candidatura alemana que hubiese resuelto Blatter -muy probablemente- a favor de la opción africana. «La presión a la que estaba sometido era insostenible, parecía una película de Hollywood. La noche antes de la votación mi vida se volvió insoportable, voté por las presiones ejercidas sobre mí por varias personas», llegó a esgrimir Dempsey en unas palabras que desvelan la enorme importancia de la elección de un gran evento deportivo, donde se mueven miles de millones y juegan los intereses de grandes compañías y varios gobiernos nacionales.

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Altos directivos de la FIFA detenidos e investigados

La siguiente elección, la que definitivamente llevaría el Mundial a Sudáfrica, está siendo investigada por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, que habla sin tapujos de que «funcionarios de la FIFA y otros corrompieron el proceso, al usar sobornos para influir la decisión de la sede» como síntoma de una trama corrupción generalizada en el corazón de la institución, lo que ha derivado esta semana en Zúrich en la detención de siete directivos acusados de haber recibido durante casi 25 años sobornos y comisiones por una cifra total de más de 150 millones de dólares a través de contratos relacionados con los derechos internacionales de los torneos -principalmente los disputados en territorio americano- y su promoción en medio de una operación sin precedentes.

Por otro lado, La Fiscalía suiza ha abierto una investigación penal sobre la elección de las sedes de los Mundiales de 2018 y 2022  por sospechas de irregularidades, enriquecimientos ilícitos y blanqueo de dinero. Aunque Blatter se ha negado una y otra vez en rotundo a volver a votar, la presión sobre Rusia 2018 y, especialmente, Qatar 2022 va camino de convertirse en asfixiante. En primer lugar porque ya resultó sospechosa la elección de un país sin apenas tradición futbolística que además contaba con la desventaja de las sofocantes temperaturas del verano en Doha, que de hecho han obligado a la FIFA a reubicar el Mundial a los meses de noviembre y diciembre de 2022. Organizaciones como Amnistía Internacional han criticado por activa y por pasiva la trágica realidad de las decenas de inmigrantes que ya han muerto durante la construcción de los estadios y la vulneración continua de los derechos humanos en Qatar, pero lo realmente amenaza el Mundial de 2022 son las sospechas de compra de votos que ha denunciado, por ejemplo, France Football, que además publicó el supuesto pacto -ilegal- entre Ángel María Villar, presidente de la Federación Española, con la candidatura qatarí para el traspaso de votos con el objetivo de aupar la candidatura Ibérica de 2018 que finalmente cayó ante Rusia.

Las sospechas de sobornos y compra de votos llevaron a la FIFA a encargar una investigación a Michael J. Garcia, exfiscal de los Estados Unidos, que dimitió después de que la institución presidida por Blatter publicase una versión reducida del informe de 42 páginas -por las 430 del original- repleta de malinterpretaciones según denunció el propio Garcia.

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Uno de los directivos de la FIFA detenidos este miércoles en el hotel Baur au Lac de Zúrich

La  hora del cambio

Blatter saca pecho por haber disparado los ingresos de la FIFA, que han crecido un 1100% desde que asumiera el cargo en 1998 gracias al dinero de las televisiones y los contratos con unos patrocinadores que, por primera vez, parecen exigir regeneración en la institución. «Esperamos que FIFA tome medidas efectivas e inmediatas para resolver los problemas dentro de su organización. Esto comienza con la reconstrucción de una cultura con prácticas éticas fuertes para poder restaurar la reputación del deporte para los aficionados en todo el mundo», ha explicado en un comunicado Visa, que aporta 25 millones de dólares cada año a las cuentas de la organización como uno de sus principales socios. En los últimos meses se han desvinculado grandes empresas como Castrol, Johnson & Johnson, Continental o Sony y las marcas que siguen patrocinando a la FIFA, como la propia Visa, Coca Cola o Adidas, reclaman más transparencia a la institución que preside Blatter.

«He cumplido 40 años en la FIFA y durante diecisiete he sido presidente del organismo. Este es mi programa de gobierno», respondía semanas atrás Blatter, que ha llegado a ser descrito por la prensa inglesa como «el más exitoso dictador no homicida del pasado siglo».Las críticas le han acompañado siempre porque se entiende que no ha luchado lo suficiente para desmontar la red de corruptelas, sobornos y blanqueo de dinero que tejió Havelange como quedó demostrado en el caso ISL, donde la propia organización reconoció que Blatter desempeñó un papel «torpe» como presidente, a pesar de cobrar un salario millonario que jamás ha trascendido públicamente y que según estimaciones de Bloomberg estaría por encima de los 10 millones de dólares.

Las acusaciones de corrupción contra los vicepresidentes y demás directivos de la FIFA reflejan una organización podrida hasta la médula, sin métodos efectivos de supervisión y con un actitud arrogante frente a las exigencias externas de regeneración y transparencia en la institución. Blatter sueña desde hace años en convertir al fútbol en un deporte de referencia en Estados Unidos, que paradójicamente ha asestado una puñalada casi mortal a una FIFA que no dejará de estar marcada por la sombra de corrupción hasta que se produzcan cambios significativos en la cúpula. Para ello, eso sí, resulta imprescindible el apoyo en bloque de la mayoría de las federaciones nacionales que conforman el congreso de la FIFA, algo que no ha sucedido este viernes en Zúrich. La dimisión se antoja imposible para un Blatter que se ve reforzado, así que su salida solo podría hacerse realidad por la fuerza. A la vista de los acontecimientos, nada parece imposible en la FIFA.