Acostumbra el fútbol a regalar finales crueles como la que protagonizaron anoche Bayern y Chelsea en el Allianz Arena de Múnich. Ganó el Chelsea gracias a la soprendente estadística de Roberto Di Matteo, el talonario de Abramovich, el sacrificado talento de Mata, las manos de Cech pero, sobre todo, el Chelsea levantó por fin su primera Copa de Europa gracias a Didier Drogba. En cambio, fue el propio fútbol el que salió magullado del choque.
El cristal de las excelsas victorias de la selección española tanto en la Eurocopa como en el Mundial o del Barça en la pasada Champions dificulta el entendimiento del discurso de un equipo como el Chelsea. Pero los ingleses no son tan distintos a los españoles: la diferencia es el medio. Tanto anhelaba un triunfo de prestigio el club «blue» como lo hacía España antes del gol de Torres. La victoria era la meta, pero el camino de unos y otros delata la grandeza del fútbol. Claro que no es un deporte cualquiera. El desenlace de la final de Múnich sentó en la misma sala a la canciller alemana, Angela Merkel, el primer ministro británico, David Cameron, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y hasta el mismísimo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Pocas cosas en el mundo del deporte son tan espectaculares como una tanda de penaltis en un partido de fútbol que, encima, decide el trofeo más importante de la temporada. Ese punto de crueldad de un ejercicio casi de azar atrae a cualquiera, sea amante del fútbol o de otro mundo.
La cuestión es que el triunfo del Chelsea equivale al del Barcelona sobre el Manchester United de hace un año. Pero, sinceramente, parecen dos deportes diferentes. Esta vez le ha dado a la pelota por premiar un discurso rácano, algo que dejó de sorprender hace algún tiempo. Grecia se llevó así una Eurocopa. Claro que no es cuestión de menospreciar un histórico triunfo de un buen equipo de fútbol. El Chelsea sabe hacer muchas cosas bien. Por ejemplo sabe no rendirse ni en el peor de los momentos, cuando el rival ha marcado un gol que parece decidirlo todo a siete minutos del final. El Chelsea sabe además aguantar el chaparrón como nadie: lo demostró contra el Barcelona a doble partido y lo ha vuelto a hacer en la final de Múnich. Y parece que este Chelsea, el de Di Matteo, sabe tener suerte. Algo de eso debe haber cuando el equipo no entraba en las quinielas de nadie hace tres meses.
El guión del partido resultó tan previsible como aburrido. Desde el minuto uno fue el Bayern el que intentó ir a por la Copa a costa de un Chelsea encerrado atrás. Así transcurrieron ochenta minutos, una docena de disparos y casi una veintena de saques de esquina. Nada podía con el muro londinense, cimentado desde la portería de un soberbio Petr Cech. Los alemanes comenzaron a torcer el gesto mediada la segunda mitad. La película se parecía demasiado a la de semifinales con ingrato recuerdo para el Barcelona. Ellos habían optado por el mismo camino y temían un desenlace idéntico. Pero en esas asomó en el segundo palo Thomas Müller para abrir el marcador. La mitad del estadio y Múnich entera enloquecía porque la Copa tenía ya ribetes rojos. Hasta que Drogba cazó el primer saque de esquina del que dispuso. Otro cabezazo y empate. Vuelta a empezar.
Entre ambos acontecimientos a Jupp Heynckes le dio por quitar del campo al goleador Müller para meter un central más en la defensa. El objetivo era perder tiempo, pero sucedió lo contrario. La prórroga no cambio demasiado un partido cada vez más atenazado por los nervios. Apenas hubo fútbol, pero sí hubo una enorme tensión. La final parecía resolverse con el inocente penalti que cometió Drogba sobre Ribéry. Contra todo pronóstico la acción favoreció al Chelsea. Cech detuvo el horrendo lanzamiento de Robben y acto seguido Ribéry tuvo que retirarse lesionado del campo.
No sucedió gran cosa hasta la tanda de penaltis. Marcó primero Lahm, sin rival como lateral derecho en cualquier equipo, y falló Juan Mata. Pero los ingleses lograron darle la vuelta por última vez a la historia con las paradas de Cech y el último penalti de Drogba, que corona al Chelsea de Abramovich como mejor equipo de fútbol de toda Europa. O al menos eso es lo que dice la copa.




