Bert Trautmann nació un 22 de octubre en Walle, un barrio obrero de la ciudad alemana de Bremen, donde su padre se ganaba la vida con un trabajo en una fábrica de fertilizantes suficiente para dar de comer a los cuatro miembros de la familia. Sin embargo, la fragilidad de la economía alemana, lastrada por el Tratado de Versalles, obligó a los Trautmann a vender su casa y mudarse a un apartamento más modesto en otra parte de la ciudad. El joven Bert, uno más entre miles de alemanes, fue seducido por las promesas de cambio de Adolf Hitler y solicitó a los 18 años, ya en plena II Guerra Mundial, el ingreso en la Luftwaffe como operador de radio, aunque en poco tiempo pasaría a ser paracaidista. Bert sirvió para las fuerzas nazis en Polonia, en el Frente Oriental y más tarde en Francia. Llegó a ser nombrado sargento después de recibir varios reconocimientos, incluida la prestigiosa Cruz de Hierro de primera clase. Trautman llegó a ser capturado en dos ocasiones, por las fuerzas rusas y la resistencia francesa, pero ambas veces logró escapar. Hasta que en 1944 no pudo evitar ser apresado por el ejército británico, que le sentenció a un campo de prisioneros.
En Marbury Hall, cerca de Chesire, noroeste de Inglaterra, los prisioneros de guerra alemanes solían matar el aburrimiento con partidos de fútbol. Bert, físico portentoso, casi 190 centímetros de altura, no tardaría en destacar por su capacidad atlética, primero como jugador de campo y más tarde como portero. Finalizada la guerra, Trautman rechazó la repatriación y optó por seguir viviendo en Inglaterra, donde comenzó una brillante carrera futbolística. Debutó en la portería del modesto St. Helens Town, llamó la atención de los grandes y dos temporadas después fue fichado por el Manchester City, donde tuvo que aguantar las quejas de una parte de la afición por su pasado nazi. Pero Bert no tardó en convencer al personal con su calidad y se ganó muy rápido el puesto de guardameta titular.
En 1956, el Manchester City se presentó al partido más importante del año ilusionado con acabar una sequía de títulos que duraba ya tres décadas. La final de la FA Cup enfrentaría, en el mítico estadio de Wembley ante más de 100.000 espectadores al equipo de Trautman con el mejor Birmingham City de la historia. Bert, por supuesto, defendería la meta de los citizens, que por entonces jugaban de rojiblanco. Los goles de Hayes, Johnstone y Dyson parecían dejar sentenciado el título a favor del Manchester City, pero a 17 minutos del final Wembley enmudeció, aterrorizado el público por el tremendo golpe entre el delantero Peter Murphy y Bert Trautman. El gigante alemán quedó inconsciente por unos segundos y el árbitro detuvo el partido. Las sustituciones no se contemplaban en aquella época, por lo que si Trautman no se recuperaba un jugador de campo debería ocupar la portería. El capitán del equipo, Roy Paul, le dijo a uno de los centrales, Roy Little, que estuviese preparado. Entonces Trautman, medio mareado y visiblemente dolorido, se puso en pie. Quería seguir jugando. Y lo hizo. Se mantuvo en la meta del Manchester City hasta el pitido final para levantar la tercera FA Cup de la historia del club. Aquella tarde fue el héroe de Wembley. Tres días más tarde los exámenes médicos revelaron que el guardameta había jugado con la segunda vértebra de la columna fracturada. Una temeridad.
Aquel capítulo se entendió como una gesta entre la afición del Manchester City. «Era como jugar con una especie de niebla, no era capaz de ver absolutamente nada», confesó años más tarde el propio Trautmann. Cincuenta años después la historia se repite en Inglaterra, incapaz el fútbol de entender los riesgos para la salud que entrañan los golpes en la cabeza, una amenaza invisible que ya ha cambiado la normativa del fútbol americano a raíz de varios estudios científicos sobre ex deportistas que han vinculado las conmociones cerebrales sufridas en el campo con el traumatismo craneoencefálico crónico (CTE), una enfermedad que magulla el cerebro y puede desembocar en cuadros de depresión, trastornos compulsivos o pérdida de memoria y funciones cognitivas.
El choque con Lukaku
El fútbol retrocedió varias décadas el pasado 3 de noviembre en el centenario estadio de Goodison Park, donde los locales del Everton se medían al Tottenham Hotspur en partido correspondiente a la Premier League. A trece minutos del final del partido el francés Hugo Lloris, guardameta visitante, se lanza al suelo para atrapar un balón hacia el que corría Romelu Lukaku, una mole de 1’90 metros y 93 kilos de peso cuya rodilla impacta con la cara del portero. Lloris deja escapar el balón inmediatamente. Se desatan las alarmas, está inconsciente. Silencio en la grada. Los médicos rodean rápidamente al portero, que no tarda en abrir los ojos.
Las cámaras enfocan entonces a Brad Friedel, portero suplente del Tottenham, preparado junto al cuarto árbitro para entrar al terreno de juego. Pero el cambio no se produce, ni siquiera tras la mediación del capitán del equipo, Michael Dawnson, que anima a Lloris a abandonar el campo en camilla. Por un momento parece que el portero francés accede a retirarse a la banda acompañado de dos preparadores del Tottenham, pero tras unos pasos se detiene: quiere seguir jugando. Como Trautmann hizo en 1956. Tras unos segundos de indecisión, Bert recibe el visto bueno de Villas-Boas y vuelve a la portería cuatro minutos después del brutal golpe. El árbitro pregunta a los preparadores por el estado físico de Lloris y, tras unos segundos de conversación, reanuda el partido. A los pocos minutos el otro implicado en el golpe, Romelu Lukaku, tiene que ser sustituido, muy dolorido de su rodilla por el impacto con Lloris, que logra acabar el partido e incluso consigue desviar una clara ocasión de peligro para dejar el empate sin goles en el marcador.
«Lloris ha estado heroico al quedarse sobre el campo y salvar un gol», sentencia Martin Tyler, un conocido periodista inglés que lleva casi 40 años comentando partidos de fútbol, discurso idéntico al de cientos de seguidores que jalean la actitud del guardameta francés en las redes sociales. «Todavía no recuerda el golpe, pero estaba concentrado y decidido a continuar, ha demostrado carácter y personalidad. Decidimos mantenerlo en el campo basándonos en su determinación y creo que ha sido una decisión acertada», revela nada más acabar el encuentro el entrenador del equipo, André Villas-Boas. «El hecho de que el otro jugador necesitase hielo en su rodilla delata lo grave que fue el golpe. Existe una probabilidad del 99 por ciento de que la pérdida de consciencia en un golpe como ese derive en una conmoción cerebral», alerta Jiri Dvorak, jefe de la oficina médica de la FIFA, que encabeza la lista de médicos que salen a escena para criticar el episodio, censurado igualmente por la Asociación de Futbolistas Ingleses (PFA) y el sindicato mundial FIFPro.
Rapapolvo de la FIFA
Aunque extraño, el caso de Hugo Lloris no es algo nuevo para André Villas-Boas, que en su etapa como segundo de Mourinho en el Chelsea, vivió la grave lesión del guardameta checo Petr Cech, apartado del deporte durante más de tres meses en 2006 por una fractura de cráneo al recibir un rodillazo de un rival. «Me asombra que se trate de poner en el mismo plano ambas situaciones», señala Villas-Boas, muy molesto al escuchar las críticas por no sacar al jugador del terreno de juego. El técnico estima que el personal del equipo obró de la manera correcta. «Algunos intentan aprovecharse para darse a conocer, pero no tienen ninguna experiencia sobre el terreno de juego en este tipo de situaciones», critica.
Jiri Dvorak, neurólogo con un amplio y premiado historial de investigación sobre las lesiones en la columna cervical, autor de más de 220 artículos científicos y profesor de la Universidad de Zúrich, discrepa. «El jugador debería haber sido sustituido. Al quedarse inconsciente puede llegar a perder la noción de la realidad», explica el médico checo, que apuesta por la prevención a pesar de que el Tottenham ya ha informado que los exámenes médicos han descartado lesiones cerebrales. «Tenemos una frase: en caso de duda, sacarlo del campo», sentencia Dvorak. Un lema, pero no una obligación para los equipos. De hecho, el protocolo establecido para evaluar las conmociones cerebrales (SCAT3) no se cumple a rajatabla: un estudio realizado por el departamento de medicina de la Universidad Queen Mary de Londres descubrió que la mayoría de los equipos de la Premier League durante la temporada 2009-10 se saltaron los controles. En España, el protocolo tampoco es ley. «La FIFA hace sus recomendaciones, el personal sanitario también, pero no significa que sea obligatorio seguir las indicaciones», explicaba meses atrás el doctor Calero, médico del Betis.
El discurso de Villas-Boas no convence a los expertos. «Lloris podría haber muerto o quedado paralítico», asevera el doctor Ralph Rogers, jefe médico del Chelsea entre 2009 y 2010 en declaraciones a la CNN. «Deberían haberle retirado del campo para examinar su columna vertebral. Lloris debió haber sido inmovilizado con un collarín y con bloques que impidieran que moviese su cabeza», relata Rogers, muy crítico con lo sucedido en Goodison Park. «Tradicionalmente son los fisioterapeutas los que toman las decisiones pero, ¿tienen más conocimientos que un doctor?», cuestiona. «Si vas a un hospital no es el enfermero el que te trata sino un doctor. Creo que los doctores deberían tener más poder de decisión que los entrenadores y árbitros», sentencia.
Una enfermedad invisible
El problema es que evaluar la gravedad un golpe como el que sufrió Lloris no es sencillo. Quedar inconsciente después del golpe es un síntoma evidente, pero también otras señales pueden advertir de una conmoción cerebral como las cefaleas, nauseas, problemas en la visión. Algunos de ellos pueden aparecer incluso días después de sufrir el golpe, de ahí que la FIFA recomiende un parón de cinco días antes de volver a jugar. «Si un jugador muestra signos de una conmoción ha de ser retirado del campo y no debería regresar hasta ser evaluado por un médico profesional que haya sido formado en este campo», concluye el Consejo de la Academia Americana de la Medicina del deporte y la actividad física. Según varios estudios médicos, sufrir un segundo golpe sin recuperarse correctamente aumenta los posibles daños de manera exponencial.
Los deportistas, encima, acostumbran a subestimar o incluso ocultar sus propias lesiones para evitar perder el puesto. «Somos conscientes de este problema, por eso queremos asegurarnos que todo el mundo relacionado con el fútbol esté al corriente de las posibles consecuencias de una conmoción», explicaba a este periodista siete meses atrás el jefe médico de la FIFA, que por el momento rechaza cualquier tipo de vínculo entre el fútbol y el traumatismo craneoencefálico crónico (CTE), una grave enfermedad del cerebro descubierto en varios exjugadores de fútbol americano, boxeo, rugby o hockey sobre hielo muertos a una edad temprana que, a menudo, sufrieron cuadros de depresión, problemas cognitivos o de memoria, ansiedad y cambios bruscos de humor antes de fallecer.
A pesar de que la FIFA niegue que existan riesgos a largo plazo para el cerebro por jugar al fútbol, algunos médicos prefieren optar por la prevención e incluso piden un cambio de reglas para proteger a los niños. «La exposición a golpes en la cabeza supone un riesgo demasiado alto para los más pequeños. Somos conscientes de la la vulnerabilidad de los cerebros de los niños, pero lo más preocupante es lo que no sabemos, ¿cómo afectarán los golpes que sufra un niño de 9 años cuando cumpla los 30, o los 50?», se cuestiona el neurocijuano Robert Cantu. «Los niños no deberían rematar de cabeza hasta cumplir los 18 años. A esa edad es cuando el cerebro termina de desarrollarse para la mayoría de la gente. A los catorce años aún sería demasiado pronto», advertía meses atrás a este periodista Bennet Omalu, el primer neurólogo que descubrió el rastro del CTE en el cerebro de una estrella de la NFL.
Lecciones del fútbol americano
Durante los últimos años la NFL se ha enfrentado a todo tipo de críticas por su gestión de un asunto catalogado por algunos como un «problema de salud pública», hasta el punto de que más de 4.000 exjugadores y sus familias demandaron al campeonato por ocultar los riesgos a largo plazo que corrían los deportistas. El proceso se cerró el pasado mes de agosto cuando la NFL anunció que pagaría a los afectados 765 millones de dólares, aunque sigue sin aceptar que exista una amenaza real para los jugadores de desarrollar enfermedades neurodegenerativas graves a largo plazo. De cualquier manera, el campeonato sí ha accedido a modificar varias reglas para combatir las conmociones. El episodio de Lloris no se habría dado nunca en la NFL: los jugadores susceptibles de haber sufrido una conmoción cerebral son retirados del campo y se someten a un examen fuera del terreno de juego para evaluar su estado que dura unos 15 minutos. Además, en el campo debe haber un médico independiente, sin relación con ninguno de los dos equipos, para evaluar a los jugadores.
La Premier League se ha comprometido a estudiar el problema de las conmociones cerebrales en su próxima reunión, quizás forzada por la polémica suscitada por el caso de Hugo Lloris, que cinco días después de sufrir el golpe se quedó fuera de la convocatoria del partido de Europa League del Tottenham, a pesar de que Villas-Boas había asegurado en la rueda de prensa previa que estaba en perfectas condiciones para jugar. El portero tampoco se vistió de corto ante el Newcastle por consejo de los médicos del club según ha desvelado el entrenador portugués. Por mucho que no sea habitual, el caso de Lloris tampoco es extraordinario en el fútbol. El propio Romelu Lukaku, el delantero del Everton también protagonista de ese golpe en Goodison Park, reconoció que su mente quedó en blanco un par de semanas atrás durante un partido contra el West Ham. Ni siquiera recordaba haber marcado. «Es lo primero que pregunté al médico, quién había marcado, y me dijo que yo». Síntomas de que el fútbol todavía no se toma en serio las conmociones.
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