A sus 24 años Chris Borland era apenas un novato en la NFL, la competición de gladiadores que más pasión -y dinero- despierta en Estados Unidos, una joven promesa que en su primer año estuvo a un paso de convertirse en rookie defensivo del año en una de las dos conferencias que dividen la competición. Cumplido el sueño de su vida, con un contrato millonario asegurado a corto plazo y estatus de estrella para el próximo lustro, Chris Borland ha renunciado por convicción al dinero, la fama y la posible gloria. Teme que la pasión de su vida le machaque su cerebro poco a poco y le provoque daños irreversibles a largo plazo como le ha pasado a muchos de los jugadores a los que idolatraba cuando solo era un niño. Borland explica que no está dispuesto negociar su salud, un asunto delicadísimo que agrieta los cimientos del fútbol americano desde hace años y amenaza con transformar el deporte para siempre.
«No creo que muchos jugadores sean conscientes de los riesgos que corren»
El caso de Borland ha llamado la atención de medio mundo porque extraña la retirada de un deportista tan joven, apenas un año después de debutar, con apenas catorce partidos a sus espaldas. El linebacker de los 49ers -el mítico equipo de Joe Montana- fue una de las sensaciones de la temporada en San Francisco, demostrando potencial de sobra para hacerse un hueco como titular en el equipo. Y eso, en la liga que más dinero mueve en todo el planeta, se traduce en millones: Chris iba a embolsarse 530.000 dólares por la próxima temporada, una cantidad que iría creciendo año a año.
Borland no ha sido el único en renunciar al sueño de su vida en medio del camino, ni siquiera dentro de su propio vestuario porque hace dos semanas su compañero Patrick Willis anunciaba que no volvería a ponerse el casco ni las protecciones. Horas más tarde confirmaba su retirada Jason Worilds, otro linebacker que apenas ha jugado cuatro años en los Pittsburgh Steelers, y antes de Borland era el quarterback titular de los Tennesse Titans, Jake Locker, el que colgaba las botas. Todos menores de 30 años y todos con un futuro halagüeño, reflejo de que algo está cambiando en la NFL. Borland ha sido el único en vincular directamente su retirada con los riesgos para la salud que conlleva esta batalla entre gladiadores, pero el debate está en boca de todos los aficionados porque las investigaciones de los últimos años han encendido todas las alarmas.
«Me dije a mí mismo, “¿qué estoy haciendo? ¿Así es como voy a vivir el resto de mi vida adulta, golpeando continuamente mi cabeza con todolo que he aprendido sobre los riesgos que conlleva?”», reflexiona Borland en una interesante entrevista con la ESPN en la que profundiza sobre las razones de su retirada. «Yo solo quiero hacer lo que es mejor para mi salud. He investigado y creo que no vale la pena correr el riesgo», alega el joven, que se refiere directamente a los estudios científicos que han relacionado en los últimos años las conmociones cerebrales de los jugadores con la Encefalopatía Traumática Crónica (CTE, por sus siglas en inglés), una enfermedad casi invisible que magulla el cerebro a largo plazo y suele derivar años en cuadros graves de depresión, pérdida de memoria, trastornos compulsivos y deterioro de las funciones cognitivas años después de colgar las botas. La investigación todavía se encuentra al inicio del camino, entre otras cosas porque hasta ahora el CTE solo se puede diagnosticar en la sala de autopsias, pero las cifras dejan poco espacio a las dudas: 76 de los 79 cerebros de exjugadores de la NFL estudiados presentaban rasgos de CTE.
1994 | Creación del MTBI
El comisionado de la NFL forma un comité específico de Lesiones Cerebrales Traumáticas Leves (MTBI) y nombra responsable al reumatólogo Elliot Pellman.
1999 | El caso Webster
Mike Webster reclama por discapacidad permanente a la NFL alegando que los golpes sufridos durante su carrera le han provocado problemas cognitivos.
2000 | Primeras críticas
Según la Academia Americana de Neurología el 79 por ciento de los jugadores conmocionados no eran obligados a abandonar el césped.
2002 | Autopsia de Webster
El neurólogo Bennet Omalu encuentra en el cerebro de Mike Webster la huella de la encefalopatía traumática crónica: CTE.
2003 | Alerta por las conmociones
Un estudio concluye que sufrir varias conmociones cerebrales dobla el riesgo de desarrollar problemas de depresión.
2004 | Ataques del MTBI
El comité creado por la NFL responde y minimiza el supuesto impacto de las conmociones a través de varios papers.
2005 | Primeras huellas del CTE
Una encuesta revela que un historial de conmociones cerebrales convierte a un jugador cinco veces más propenso en sufrir problemas cognitivos.
2006 | Negación de la NFL
Elliot Pellman, exige a Neurosurgery que retire el artículo de Omalu y al médico que se retracte por lo publicado.
2007 | Vínculos con la depresión
La NFL distribuye un panfleto en el que asegura que las investigaciones no son concluyentes.
2009 | Estalla el escándalo
Un grupo de científicos presenta el hallazgo de multitud de casos de CTE en las autopsias a varios exjugadores.
2010 | CTE en un universitario
La autopsia revela que Owen Thomas, muerto a los 21 años, sufría CTE pese a no haber sido diagnosticado nunca con una conmoción cerebral.
2011 | La demanda colectiva
Más de 4.500 exjugadores denuncian que la NFL ocultó los riesgos de las conmociones cerebrales para su salud.
2012 | El estudio de McKee
33 de los 34 cerebros de exjugadores de fútbol americano examinados por la doctora McKee presentan rastros de CTE.
2013 | Millonaria indemnización
Poco antes de empezar la temporada se anuncia por sorpresa un principio de acuerdo entre la NFL y los exjugadores a razón de 765 millones de dólares.
2014 | Segundo caso confirmado en un futbolista
Bellini, capitán de Brasil durante el Mundial de 1958, se convierte en el segundo caso confirmado de un futbolista con CTE.
Un peligro invisible
A pesar de los esfuerzos de la NFL en presentar el fútbol americano como un deporte totalmente seguro, resulta complicado no hablar de la retirada de Borland como un punto de inflexión, reflejo de que las nuevas generaciones que aterrizan en la competición más prestigiosa de los Estados Unidos son totalmente conscientes de los peligros que pueden suponer las conmociones y los continuos golpes que sufren su cabeza a largo plazo, sobre todo por el desagradable recuerdo de las caídas en desgracia de sus ídolos juveniles, incluidos los dolorosísimos suicidios de Dave Duerson y Junior Seau a principios de la década. «Pensé en lo que podía lograr en el fútbol, pero cuando lees sobre Webster, Duerson y Ray Easterling, lees todas estas historias y para ser el tipo de jugador que me gustaría ser creo que tendría que aceptar algunos riesgos que como persona no quiero asumirlos», reconoció Borland.
Según el neurólogo Benett Omalu un jugador de fútbol americano ha sufrido 8.000 golpes en su cabeza antes de debutar en la NFL
Los últimos estudios médicos dejan claro que el CTE no es el único riesgo ya que se estiman tasas superiores al 30 por ciento de enfermos con Alzheimer o demencia entre exjugadores, muy por encima del resto de la población. El conflicto lleva años judicializado desde la presentación de más de 4.000 demandas de exjugadores y sus familias contra la NFL, a la que acusan de despreciar o directamente engañar sobre los riesgos a largo plazo de las conmociones cerebrales.
A pesar de que ha llegado a haber un principio de acuerdo entre las partes la jueza que lleva el caso ha bloqueado las soluciones propuestas al entender que la NFL ofrece una cantidad ridícula a la vista de los daños generados y del dinero que mueve la competición, en un asunto muy delicado porque algunos demandantes sufren etapas avanzadas de deterioro cognitivo y necesitan dinero para pagar sus gastos médicos.
Dinero que no tuvo, por ejemplo, Mike Webster, el histórico center de los Steelers apodado como «Iron Mike» por su enorme fortaleza física dentro del campo, que sufrió amnesia, demencia o depresión tras colgar las botas y que para esquivar el dolor por las noches pedía a su hijo que le disparase con una pistola Taser antes de verse obligado a dormir en la calle, sin dinero, para morir a los apenas 50 años de edad.
«Entiendo que desde fuera pueda parecer que mi decisión no tiene mucho sentido y, de hecho, tengo muchos amigos que me han dicho, “bueno, ¿por qué no juegas solo un año más? ganarías un montón de dinero y probablemente no te pase nada”. El problema es que no quiero vivir una situación en la que canjee mi salud por dinero, ¿quién sabe cuantos golpes son demasiados?», se pregunta Borland.
El debate acapara desde hace tiempo conversaciones en los medios de comunicación, estadios pero también en los colegios e institutos, donde madres y padres se preguntan si deben permitir a sus hijos jugar al fútbol americano. Las dudas alcanzan incluso al presidente Barack Obama. «Si tuviera un hijo tendría que pensármelo mucho antes de dejarle practicar este deporte», reconoció a principios de 2013.
La caída de la industria tabacalera
La reacción de la NFL a la retirada de Borland refleja que el debate todavía no está superado. La liga ha enfadado a muchos expertos al argumentar que el «el fútbol americano nunca había sido más seguro», dentro de toda una campaña en la que se intenta fomentar el deporte entre los más jóvenes para evitar que las nuevas generaciones se desapeguen del «football». «Continuamos progresando con cambios en el reglamento, técnicas de bloqueo más seguras en todos los niveles del deporte, mejor equipamiento, protocolos y cuidado médico para los jugadores», se ha limitado a decir Jeff Miller, vicepresidente del departamento de salud y seguridad de la NFL.
La jueza tiene paralizada la demanda colectiva de los exjugadores porque entiende que la NFL quiere pagar una cantidad ridícula
«Creo que el problema del CTE, aunque es real, está siendo exagerado y extrapolado al fútbol americano escolar y juvenil», critica Joseph Maroon, asesor de la NFL, que ha llegado a sostener en una entrevista con la NBC que el fútbol americano es más seguro para los niños que el ciclismo. Pero el doctor Maroon se refiere únicamente a las conmociones cerebrales, omitiendo que los jugadores de fútbol americano se golpean la cabeza casi en cada jugada durante los años que practican ese deporte, algo que no sucede encima de una bicicleta.
El conflicto, como recuerda Mariano Tovar en el Diario AS o Chris Nowinski en el Washington Post, recuerda mucho al escándalo de la industria del tabaco. «Una de las partes resta importancia a los riesgos mientras la otra intenta que la información esté al alcance de todo el mundo para que puedan tomar sus propias decisiones», sentencia explica Nowinski, un exluchador de WWE que desde hace una década es una de las cabezas visibles más activas en la lucha por la concienciación de los riesgos del CTE, especialmente porque no es una enfermedad que se detecte fácilmente y porque en muchas situaciones es el propio afectado el que minusvalora la seriedad de un golpe en la cabeza.
Los riesgos del fútbol
A ningún deportista le gusta retirarse del terreno de juego por una lesión, especialmente si «solo» se siente un poco mareado o desorientado tras recibir un golpe en la cabeza. Por eso resulta fundamental que sean médicos expertos los que valoren caso a caso sobre el campo y que tengan la última palabra. Esos pasos ya se han dado en el fútbol americano, tanto a nivel profesional como universitario, pero en otros deportes queda un mundo por recorrer.
Casi el treinta por ciento de los futbolistas vuelven a jugar antes de lo que recomiendan los protocolos
Aunque la incidencia de enfermedades degenerativas graves a medio y largo plazo parece menor en el mundo del fútbol ya se han detectado algunos casos de CTE en exfutbolistas como Bellini, capitán de Brasil en el Mundial de Suecia, o Patrick Grange, un joven estadounidense que murió a los 29 años víctima de esclerosis lateral amiotrófica. Pero lo más preocupante es la falta de concienciación en el mundo del fútbol, donde no se cumplen los protocolos y los jugadores vuelven antes de tiempo al campo como quedó patente en el Mundial de Brasil 2014 con Álvaro Pereira, que siguió jugando pese a haber caído inconsciente durante unos segundos por un rodillazo en la cabeza. Ante la falta de estudios concluyentes, los neurólogos que estudian los casos de CTE en jugadores de fútbol americano abogan por limitar los posibles impactos durante un partido de fútbol, especialmente entre los más pequeños. Muchos defienden prohibir que los menores de 14 años, cuyo cerebro todavía no está completamente formado, puedan golpear de cabeza la pelota. Otros como el doctor Omalu elevan esa barrera todavía más, hasta los dieciocho años.
Todos los protocolos invitan a retirar del campo a cualquier deportista que haya podido sufrir una conmoción cerebral, y luego a ser especialmente cauto en su regreso a la actividad. Primero por el síndrome del segundo impacto -véase el reciente accidente de Fernando Alonso en Montmeló- y luego por el temor a que sucesivos golpes en la cabeza puedan derivar en daños graves a medio y largo plazo. Pau Gasol, por ejemplo, tuvo que pasar diez días sin ni siquiera entrenar tras una conmoción. «No podía leer, ver la tele o estar con el ordenador. Mientras, seguía teniendo dolor de cabeza y cierta fatiga cerebral. Me notaba cansado y algo disperso. Me afectaba la luz y el sonido», escribió el propio Gasol. Los plazos dependen de cada golpe y de cada víctima, pero síntomas como las cefaleas o la fatiga deben haber desaparecido por completo antes de volver a jugar.
Futuro en el aire
La retirada de Borland ha recuperado en Estados Unidos el debate sobre el futuro del fútbol americano, que a día de hoy goza de una excelente salud pero que se puede enfrentar a un proceso de exclusión en los próximos años si los progenitores lo perciben como un deporte peligroso para sus hijos. No es solo el adiós del jugador de los 49ers, sino de los exjugadores diagnosticados con CTE, los casos de Alzheimer demostrados, las dudas de personajes tan relevantes como el presidente de Estados Unidos o las de jugadores contemporáneos como Tom Crabtree, que no puede evitar relacionar algunos tropiezos de su memoria que para todos pueden resultar naturales con el CTE.
Las cifras todavía no son alarmantes, pero cada año menos niños se apuntan a los equipos de fútbol americano y son ya decenas los colegios e institutos que han desmantelado sus equipos. Los profesionales ya son totalmente conscientes de los posibles riesgos y, como apunta Mariano Tovar, probablemente exigirán en la negociación del convenio colectivo que ha de firmarse en 2020 que su salud no esté bajo peligro cada vez que saltan al campo.
Borland no será el último en retirarse antes de cumplir los 30, y los médicos seguirán diagnosticando casos de CTE en exjugadores y deterioros cognitivos avanzados en jugadores que ni siquiera han llegado a la NFL. Por eso el fútbol americano necesita un diálogo serio, abierto y constructivo que deje a un lado las discusiones sobre el dinero y se hable sobre lo que el deporte debe ser en el futuro a todos los niveles. Si Borland va a renunciar a más de medio millón de dólares por el temor a recibir golpes en la cabeza, ¿por qué los padres deben permitir a sus hijos practicar ese mismo deporte desde los cuatro o cinco años de edad?