NFL · Fútbol Americano — 30 de enero de 2015 | 10:02

Russell Wilson, la hormiga atómica de Seattle

El quarterback de los Seahawks llega a su segunda Super Bowl en su tercera temporada como profesional

Un texto de

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Un pigmeo en territorio de gigantes. Russell Wilson rompe todos los esquemas de la NFL con su metro ochenta, una estatura escasísima para ocupar la posición de quarterback, el mariscal que debe ver por encima de una docena de soldados dispuestos a dejarse los dientes en cada jugada para avanzar unas cuantas yardas. Los centímetros que le faltan los suple con una inusitada habilidad para esquivar los placajes, la mentalidad de un maestro de ajedrez y las piernas de un velocista. Así es el chico bueno de Seattle, que repite este domingo en la Super Bowl dispuesto a agigantar su leyenda. 

Russell, guiado por su padre, comenzó a despuntar desde muy joven como quarterback

El «pequeño» Russell Wilson empezó a jugar al fútbol americano casi por obligación. Su padre, Harrison Benjamin Wilson III, se quedó en el último peldaño antes de llegar al sueño de la NFL: participó en una pretemporada de los San Diego Chargers como receptor pero nunca llegó a jugar un partido profesional. El aprendizaje de Russell comenzó con el «playbook», esa especie de biblia que debe aprender cualquier quarterback si pretende liderar un equipo. El menor de los Wilson dominaba la teoría y pronto demostraría que era un virtuoso de la práctica, al contrario que Tom Brady. Todo el mundo sabía que iba a ser una estrella. Yo lo supe desde que estaba en sexto grado [equivalente a sexto de primaria]. Su hermano mayor juaba en el equipo, y Russ era uno de los recogepelotas. Fue una de las pocas veces que Russell estaba distraído, porque los árbitros le estaban gritando para que pasase el balón. Y de repente el pequeño Russell lanza la pelota cruzando todo el campo. Por entonces pensaba retirarme pronto, pero ese día decidí esperar un par de años», bromeaba Charles McFall, entrenador del equipo de su instituto en una conversación con Sports Illustrated.

Aquel renacuajo lanzaba, corría y ganaba partidos. Un líder. Aprendió de un gigante como Peyton Manning durante un campamento de verano. «Había miles de niños. Yo estaba en su grupo, creo que con otros 12 o 15 muchachos, pero me impresionó su actitud, cómo nos hablaba y lo perfeccionista que era», recuerda Wilson sobre su primer encuentro con su gran ídolo.

La maldita diabetes

A los trece años vivió un susto mayúsculo mientras su padre le llevaba a un partido de béisbol, su otra gran pasión. Harrison, con problemas de azúcar, se desmayó al volante y el pequeño Russell se hizo como pudo con el control del vehículo, paró a un lado de la carretera y salió disparado en búsqueda de auxilio. Su padre no tardó en recuperarse, pero Russell se negó a jugar aquel partido. Solo quería estar a su lado en el hospital. «Era uno de mis mejores amigos», reflexionaría años después. Durante su último año en el instituto fue premiado como mejor jugador estatal de Virginia y se ganó a pulso una beca para acudir a la Universidad de Duke, aunque terminó decantándose por la Universidad Estatal de Carolina del Norte. Ese verano fue seleccionado por los Baltimore Orioles de la MLB en el draft de 2007, pero Russell desechó la oferta. Era demasiado pronto para decidirse por uno de sus dos amores, y pretendía estudiar una carrera tal y como le había aconsejado su padre. 

Llegó a comenzar una pretemporada con los Colorado Rockies de la MLB de béisbol

2019947958En Carolina del Norte compaginó ambos deportes. Sudó para conquistar la titularidad como quarterback del equipo, pero Wilson, hombre de fe, siempre ha creído en que el destino le guardaba algo grande. Nombrado mejor quarterback novato en 2008, un año más tarde rompía el récord de la NCAA con 325 pases coompletados sin ser interceptado, registro que elevó hasta los 379. En las gradas le acompañaba siempre su tío Ben, jugase donde jugase, que viajaba por todo el país para ver en directo a su sobrino con el objetivo de contarle cada detalle a su hermano Harry, el padre de Russell, ingresado en el hospital por culpa de una diabetes que le había destrozado la vista. Harry perdió la batalla contra la maldita diabetes el 9 de julio de 2010 solo un día después de que Russell fuera seleccionado por los Colorado Rockies en la cuarta ronda del draft, sin imaginar que su hijo llegaría a convertirse en una de las grandes estrellas de la NFL.

Meses después de todo aquello notificó a su entrenador, Tom O’Brien, que iba a iniciar la pretemporada con los Rockies de la MLB. Para el técnico era un grave error, así que se puso a trabajar para conseguir que Russell fuese invitado a la combine, donde los managers de los equipos examinan a las futuras promesas. No lo consiguió, así que el quarterback hizo las maletas ya con el grado en Comunicación bajo el brazo para jugar una temporada en la Universidad de Wisconsin. Aquel año en los Badgers fue espectacular para Wilson, que mejoró sus estadísticas con partidos memorables, hasta el punto de acabar noveno en el prestigioso trofeo Heisman que ese año se llevó Robert Griffin III por delante de Andrew Luck.

El alumno supera al maestro

Poco antes del draft volvió a encontrarse con Manning porque los Broncos se interesaron por el joven quarterback. «Peyton estaba en el vestuario y cuando le saludé me dijo, “¿Nos conocemos de algo, verdad?”», reconocía meses atrás Russell, sorprendidísimo al ver que el gran mito todavía se acordaba de aquellas lecciones que dio a un grupo de chavales en un campamento de verano. Quizás desveló más secretos de la cuenta, sin saberlo, a un futuro rival.Las eternas dudas sobre su estatura y las críticas por su espantada de Carolina del Norte evitaron que fuese elegido en las primeras rondas. «Si midiera 1’90 sería el número uno del draft», llegó a decir el exjugador y analista Chris Weinke. Al final fue seleccionado por los Seahawks en la tercera ronda y firmó un contrato de 3 millones de dólares por cuatro temporadas -unos 600.000 euros por temporada- que hoy parece rídiculo; cuando renueve probablemente se convierta en el jugador mejor pagado de la NFL.

Wilson no necesitó ni periodo de adaptación y se convirtió ya en la pretemporada en el quarterback titular de los Seahawks. De repente, las críticas sobre sus dimensiones se esfumaron. Aquel desaliñado quarterback se movía como los ángeles. Empezó a recibir elogios a medida que rompía todo tipo de récords, hasta el punto de igualar el récord de más touchdowns lanzados por un novato que por entonces ostentaba Peyton Manning. Junto a la implacable «Legion of Boom» llevó a la franquicia de Seattle hasta los playoffs para caer en la ronda divisional ante los Falcons. Lo mejor todavía estaba por llegar.

A pesar de contar con una secundiaria de escándalo el curso pasado demostró estar entre los mejores de la NFL. Lo hizo con varias actuaciones memorables pero, sobre todo, con un partido perfecto en la Super Bowl. Toma tres con su ídolo Peyton Manning, ahora frente a frente en el partido del año ante más de 100 millones de espectadores. El maestro jugó encorsetado, incómodo ante la poderosa defensa de Seattle. Nada que ver con el aventajado alumno, que manejó a la perfección la presión de la cita y acabó la noche con 206 yardas para 2 touchdowns. Los Seahawks levantaban por primera vez en su historia el Vince Lombardi.

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Considerado ya un tipo a temer, los números de Wilson esta temporada han estado a la altura. Pocos quarterbacks lanzan tan poco como él, pero es muy efectivo en el cuerpo a cuerpo. Utiliza la fuerza de sus piernas para lanzar balones profundos y extiende las jugadas hasta la desesperación de las defensas rivales, que a menudo dudan entre ir a por él o esperar para interceptar un pase. Esa templanza a la hora de jugar es un reflejo de su personalidad, un tipo tranquilo que se piensa la mejor respuesta a cada pregunta para no meterse en ningún charco, todo buenas palabras y optimista sin remedio. 

Dona 3.000 dólares con cada uno de sus touchdowns para integrar a los jóvenes más desfavorecidos

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Un buen cristiano, como exhibe siempre que puede a través de las redes sociales y las entrevistas, en las que se esfuerza en ofrecer su mejor presencia. «Su padre siempre le dijo que si tenía que hablar, tenía que hacerlo como un hombre de negocios, bien vestido y hablando de manera correcta», confiesa Tammy, su madre. Participa en un sinfín de causas benéficas, acude asiduamente al Hospital Infantil de Seattle, es embajador nacional de la Asociación de Diabetes de Estados Unidos y desde 2013 dona 3.000 dólares por cada touchdown que completa a una fundación que lleva su nombre y los invierte en jóvenes necesitados.

Wilson completa sus cualidades con la mejor virtud que puede tener un quarterback sobre el campo: jamás se derrumba. Lo demostró en la final de conferencia ante los Green Bay Packers. Cuatro intercepciones demostraron que todavía está lejos de medirse de tú a tú contra tipos como Aaron Rodgers, especialmente al jugar con un equipo tan potente a nivel defensivo. Pero lo que hace de Wilson un jugador fascinante es la seguridad que exhibe cuando otros estarían hundidos. A cuatro minutos del final, con un puñado de seguidores ya camino de casa al haber asumido la derrota, Russell se transformó en una mezcla entre Roger Staubach, John Elway y Joe Montana para completar una remontada inimaginable. La Super Bowl se convirtió en una realidad con un pase de 35 yardas tan vertiginoso como su trayectoria. En Arizona busca subir un peldaño más hacia el Olimpo.

Víctor Pérez

Víctor Pérez es periodista. Licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III, fundó en 2001 FIFA-Champions para organizar torneos internacionales online del popular videojuego de EA Sports. Desde 2003 trabaja en el desarrollo de esta web como plataforma de información deportiva, que ha llegado a tener su propia revista interactiva, radio online y foros con una comunidad de más de 10.000 miembros. Durante los últimos tres años ha trabajado en la sección de deportes del diario ABC

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