Unos investigadores de la Universidad de Boston (Estados Unidos) han encontrado la huella de la encefalopatía traumática crónica , conocida como CTE, en el cerebro de Patrick Grange, un jugador de fútbol que murió en 2012 según explica en un amplio reportaje John Branch para el prestigioso The New York Times. Grange se convierte así en el primer futbolista en ser oficialmente diagnosticado con una grave enfermedad relacionada con los múltiples golpes en la cabeza y que ya se ha encontrado en docenas de autopsias a exjugadores de la NFL de fútbol americano y boxeadores.
«Si tuviera un hijo tendría que pensármelo mucho antes de dejarle jugar al fútbol americano», llegó a sostener meses atrás Barack Obama, reflejo del debate creado en la sociedad estadounidense en torno a un asunto que para muchos es de salud nacional. Durante los últimos años el fútbol americano, primer pasatiempo nacional en Estados Unidos, se ha visto obligado a sufrir una transformación brutal ante los preocupantes descubrimientos científicos que vinculan los repetidos golpes en la cabeza y conmociones que sufren estos «gladiadores» del siglo XXI con una grave enfermedad degenerativa, la encefalopatía traumática crónica, que magulla el cerebro por dentro provocando graves problemas cognitivos, trastornos compulsivos y pérdida de memoria que a veces han derivado en gravísimos cuadros de depresión.
Durante varias décadas la encefalopatía traumática crónica se escondió bajo el nombre de demencia pugilística como una enfermedad exclusiva de los boxeadores. Sin embargo, los avances científicos de los últimos años han permitido diagnosticar a través de las autopsias a docenas de ex jugadores de fútbol americano, algunos de ellos muertos sin ni siquiera atravesar los cincuenta años de edad, jugadores de hockey sobre hielo, rugby o béisbol. Hasta ahora el fútbol se había mantenido al margen, rechazando siempre cualquier relación entre el fútbol y la encefalopatía traumática crónica. «No existe ninguna prueba de una relación causal entre el fútbol y ninguna enfermedad neurodegenerativa», explicaba a este periodista hace menos de un año el neurólogo checo Jiri Dvorak, jefe de la oficina médica de la FIFA.
Los investigadores de la Universidad de Boston, que conforman uno de los grupos más avanzados en el estudio de la encefalopatía traumática crónica, confirman que Patrick Grange representa el primer caso verificado de CTE en un jugador de fútbol. En concreto, detallan a The New York Times, que en una escala de cuatro puntos de gravedad, el cerebro de Grange se encontraba en el segundo escalón.
Víctima de la ELA
Patrick Grange, nacido en Albuquerque, fue siempre un enamorado del fútbol, un deporte minoritario en Estados Unidos. Sus padres recuerdan, en conversación con John Branch para The New York Times, cómo a los 3 años de edad ya se pasaba el día dando cabezazos al balón, una habilidad que perfeccionó durante una carrera que se prolongó hasta el nivel previo a la Major League Soccer (MLS), llegando a militar en el filial de los Chicago Fire. Su trayectoria deportiva se truncó a los 28 años al ser diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), también llamada enfermedad de Lou Gehrig por el jugador de béisbol de los New York Yankess retirado por esta enfermedad en el año 1939. Normalmente los síntomas de la ELA comienzan a hacerse visibles a partir de los 50 años, pero Grange se vio obligado a colgar las botas antes de tiempo y a usar una silla de ruedas durante los siguientes 17 meses hasta su muerte en abril del año pasado.
Grange sufría un deterioro cerebral de grado dos en una escala de cuatro puntos
Los padres de Grange aseguran que sufrió varias conmociones cerebrales durante su carrera como futbolista, llegando a perder incluso la consciencia en un partido durante su etapa en el instituto y que en otra ocasión tuvo que recibir 17 puntos de sutura después de una colisión cabeza contra cabeza durante un encuentro universitario. «Tenía un enorme daño en el lóbulo frontal», explica a The New York Times la doctora Ann McKee, una eminencia en el estudio de la encefalopatía traumática crónica. «Hemos visto daños parecidos en otros atletas de su edad, pero casi todos eran jugadores de fútbol americano», sostiene.
La gran pregunta es si ese daño cerebral de Patrick se debe a su relación con el fútbol y, particularmente, si esa habilidad para rematar de cabeza constituía un peligro para su salud a largo plazo. « En este caso en concreto no podemos decir con certeza que cabecear el balón causara su condición. Sin embargo, es destacable que fuera un gran rematador de cabeza y desarrollara esta enfermedad. No estoy segura de que podamos ir más allá de eso», concluye McKee.
Médicos prudentes
Las dudas de McKee coinciden con la falta de acuerdo entre el resto de expertos en esta materia, que no se atreven a establecer una relación tan estrecha entre el deporte y la encefalopatía traumática crónica como sí lo hacen en los casos de jugadores de fútbol americano. «Actualmente no existen hallazgos concluyentes que demuestren que el fútbol causa daños a largo plazo en el cerebro de los jugadores», explicaba meses atrás Chris Koutures. A pesar de ello, algunos jugadores han decidido retirarse después de sufrir varias conmociones cerebrales y experimentar fuertes cefaleas durante semanas e incluso algunos problemas cognitivos. «Los médicos me dijeron que no me podían garantizar cuánto empeoraría si sufría otra conmoción», aseguraba en conversación telefónica a este periodista Cindy Parlow, doble campeona olímpica con Estados Unidos.
El año pasado, el doctor Michael L. Lipton examinó los cambios en el cerebro de 39 jugadores semiprofesionales que llevaban jugando al fútbol desde pequeños para concluir que rematar de cabeza sí se puede relacionar con unos cambios en la materia blanca del cerebro y un peor rendimiento neurocognitivo. «Por encima de un cierto nivel, rematar de cabeza probablemente no sea bueno para nadie», llegó a sentenciar.
Este asunto presenta un dilema para los padres ante las consecuencias en principio invisibles pero a largo plazo peligrosas de ciertos deportes de contacto. Por eso Barack Obama expresó sus reticencias en cuanto al fútbol americano, un deporte en el que los golpes en la cabeza son mucho más habituales que en el fútbol. De cualquier manera, son ya varios los neurólogos que optan por una postura cuanto menos prudente para el fútbol, deporte mayoritario en Europa y buena parte del resto del mundo. «Los niños no deberían dar cabezazos a un balón de fútbol hasta cumplir los 18 años», explicaba meses atrás Bennet Omalu, el neurólogo pionero en la investigación de la encefalopatía traumática crónica en los jugadores de fútbol americano.
El caso de Grange dibuja un interrogante enorme sobre el fútbol, que hasta la fecha ha rechazado cualquier vínculo con la encefalopatía traumática crónica. Los futuros estudios científicos deberán precisar cuál es el grado de esa conexión y si es necesario tomar algunas medidas (como ya se ha hecho en el fútbol americano con cambios en las reglas de juego) para preservar la salud de los jugadores y, especialmente, a los más jóvenes. Esta vía quizás arroje también algo de luz a la enigmática tasa de futbolistas italianos diagnosticados con ELA como Stefano Borgonovo o Gianluca Signorini. El problema es que ahora la inversión en investigación médica en este campo se concentra en Estados Unidos, donde el fútbol no deja de ser un deporte minoritario al lado del béisbol o fútol americano.