Considerado uno de los mejores defensas de su generación, casi veinte años en activo, dos veces finalista de la Super Bowl y elegido doce ocasiones para jugar la Pro Bowl, el partido de las estrellas de la NFL, el campeonato de fútbol americano que arrasa en Estados Unidos, la vida lejos del deporte acabó en pesadilla para Junior Seau. Nadie lo adivinó. Tenía un restaurante en California, una línea de ropa con su nombre y tres hijos pequeños, pero apenas disfrutó de esa otra vida dos años hasta que, cumplidos los 43, se quitó la vida con un disparo en el pecho: el «football» que tanto amaba, que le convirtió en una celebridad, había destrozado su cerebro. El precio que pagan los gladiadores del siglo XXI.
La NFL intenta que no prospere una demanda colectiva que podría reclamar miles de millones al campeonato
El fútbol americano, pasatiempo sin rival y negocio multimillonario en Estados Unidos, supone riesgos para la salud de los jugadores a largo plazo. Una enfermedad invisible, casi imposible de diagnosticar en vida, que magulla el cerebro de los jugadores a dentelladas como consecuencia de los repetidos golpes en la cabeza que sufren durante sus trayectorias. El traumatismo craneoencefálico crónico (conocido como CTE por sus siglas en inglés) parece estar detrás de la temprana muerte de una quincena de viejas glorias del fútbol americano, de ahí las más de 4.000 demandas presentadas contra la NFL, acusada de negligencia al subestimar los riesgos de las conmociones durante años. Este martes se celebrará una vista oral en Philadelphia entre las partes que decidirá si el caso sigue adelante por la vía judicial como una demanda colectiva o se ha de resolver como una disputa laboral caso por caso, como quiere la NFL.
Antes de suicidarse, Seau dejó una nota en la cocina con versos de «Who I Ain’t», una canción escrita por un amigo que habla sobre un hombre que rechaza la persona en la que se ha convertido. Seau ya no era capaz de reconocerse en el espejo. Había perdido memoria a corto plazo, no podía concentrarse en tareas sencillas, a menudo era incapaz de realizar cálculos matemáticos sencillos y según su círculo más cercano a veces cambiaba rápidamente humor, volviéndose violento. Síntomas de la depresión, insomnio o ansiedad, que en realidad escondían el avance del CTE, que aparece en personas con un amplio historial de golpes en la cabeza.
Diagnóstico complicado
«Estamos ante un problema de salud pública», advierte el neurólogo Bennet Omalu
Las conmociones cerebrales suelen ser causadas por un fuerte golpe en la cabeza agitando bruscamente el cerebro, que se mueve o incluso rebota dentro del cráneo. Eso provoca la despolarización de las células, que afectan directamente a los neurotransmisores e inundan la cabeza con alteraciones químicas dañinas que pueden provocar episodios temporales de confusión, visión borrosa, pérdida temporal de la memoria, náuseas y, a veces, la pérdida del conocimiento. Ante estos episodios el cerebro se vuelve más vulnerable ante cualquier lesión similar o aumento de estrés hasta recuperarse por completo. Las personas que sufren un traumatismo craneoencefálico crónico muestran un daño agudo del tejido cerebral como consecuencia de la elevada acumulación de la proteína tau, transformada en un peligro por culpa de las conmociones, que puede conducir a las víctimas a sufrir depresión, trastornos compulsivos o pérdida de memoria y funciones cognitivas.
Eso fue lo que se encontró el neurólogo Bennet Omalu, pionero en la investigación, cuando examinó en 2002 el cerebro de Mike Webster, otra estrella de la NFL, muerto a los 50 años. «Estamos ante un problema de salud pública. Los deportes de contacto son un peligro para la salud, especialmente para los más jóvenes», alerta a ABC Omalu, neuropatólogo forense cofundador del «Brain Injury Research Institute» que sigue trabajando para destapar una patología actualmente sin cura. «Cualquier golpe puede dañar el cerebro de forma permanente», explica por correo electrónico. Desde el primero hasta el último, cada golpe cuenta. «Cuantos más sufras existe una mayor probabilidad de que tu cerebro quede dañado para siempre», sentencia.
Las autopsias han desvelado la presencia del CTE en varios jugadores de hockey
Aunque la relación sea estrecha, el fútbol americano no implica de por sí daños irreparables para el cerebro de la misma manera que no todo los fumadores padecen un cáncer de pulmón. El problema del CTE es que es una enfermedad invisible, casi imposible diagnosticar en personas vivas, de ahí que resulte tan complicado para los investigadores demostrar la relación entre la enfermedad y el deporte. La patología, idéntica a la demencia pugilística, no es exclusiva del boxeo ni del fútbol americano, sino que el CTE aparece en todo tipo de deportes de contacto. Bob Probert, estrella de la NHL conocido por sus peleas sobre la pista, sufría las consecuencias de estos traumatismos crónicos en su cerebro según demostró la autopsia cuando murió a los 45 años.
Olvidados por la NFL
«No hay ninguna duda de que estamos ante un problema de salud pública. Uno de cada cuatro niños y una de cada dieciséis niñas practican deportes de contacto», precisa Christopher Nowinski, que lleva años alertando sobre las consecuencias de las conmociones. Graduado en sociología por la Universidad de Harvard, donde jugó en el equipo de fútbol americano, Nowinski participó durante dos años en la WWE, el espectáculo de lucha libre profesional como«Chris Harvard». «Tuve que retirarme por culpa de una conmoción en 2003. Durante el largo proceso de recuperación comencé a investigar los riesgos de las conmociones cerebrales y entonces descubrí que eran mucho más peligrosas de lo que los atletas piensan», precisa.
Muerto a los 44 años, el cerebro de Andre Waters era idéntico al de un hombre de 85 con Alzheimer
Con su experiencia y los testimonios de exjugadores de la NFL publicó un libro en 2006 cuando pocos se tomaban en serio el asunto. Meses más tarde comenzó a investigar el suicidio de Andre Waters, otro jugador de la NFL que se disparó cuando tenía 44 años. El doctor Omalu examinó el caso y descubrió que el cerebro de Waters era idéntico al de un hombre de 85 años con principio de Alzheimer. Nowinski ahora trabaja como en el centro para el estudio de la encefalopatía traumática de la Universidad de Boston y es el encargado de llamar a las familias de los jugadores muertos a una edad temprana para convencerlas de que donen su cerebro y así hallar el rastro del CTE.
Durante años la NFL dio la espalda a las conmociones. Un estudio del año 2000 entre un millar de exjugadores demostró dos puntos: que la mayoría había sufrido, al menos, una conmoción durante su carrera y que los problemas de memoría, concentración, dificultad para hablar o los dolores de cabeza eran más habituales entre los que confesaron enfrentarse a varias conmociones en el campo. Siete años después otra investigación de la Universidad de Carolina del Norte concluyó que la tasa de depresión entre los jugadores que habían sufrido conmociones era tres veces mayor al resto. Ya entonces el doctor Omalu había descubierto el daño crónico en el cerebro de varios exjugadores, pero el comité médico de la NFL negaba la relación entre los problemas neurológicos y el «football».
Cambio de reglas
El panorama cambió en 2009 con las conclusiones de una nueva investigación que reflejó la preocupante tasa de exjugadores de la NFL que sufrían Alzheimer, demencia y todo tipo de enfermedades relativas a la memoria: hasta 19 veces por encima del resto de la población adulta. Las alarmas llevaron el caso hasta el Congreso, donde la NFL quedó retratada ante la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes como una organización que había actuado igual que la industria del tabaco durante la primera mitad del siglo pasado, ocultando los graves riesgos para la salud. El panel de expertos médicos dimitió al completo y el fútbol americano, poco a poco, endureció sus normas para limitar el impacto de las conmociones cerebrales entre los jugadores.
Ahora la NFL obliga a que los jugadores que hayan sufrido una conmoción cerebral durante un partido o entrenamiento sean evaluados por neurólogos antes de volver al campo. «Estoy de acuerdo con el cambio de normas pero espero que vayan a más, aunque sea algo impopular. Hay que centrarse en educar y regular sobre este tipo de golpes en los juegos donde participan menores», apunta Nowitzki. En idénticos términos habla el doctor Omalu. «Son raquíticas. Dos semanas de reposo es insuficiente para recuperarse después de una conmoción cerebral importante», recalca.
Las dudas de Obama
«Si tuviera un hijo tendría que pensármelo mucho antes de dejarle practicar este deporte»
El asunto ha calado en la sociedad estadounidense, especialmente porque los niños comienzan a jugar al fútbol americano desde muy pequeños. Algunos padres asumen que cualquier conmoción puede derivar en daños a largo plazo para los críos, teoría todavía por contrastar. «Si tuviera un hijo tendría que pensármelo mucho antes de dejarle practicar este deporte» explicó días antes de la Super Bowl el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. «Creo que los que amamos este deporte vamos a tener que afrontar el hecho de que probablemente cambie para reducir su violencia», confesó durante una entrevista a The New Republic que no sentó nada bien en una NFL que, ahora sí, contribuye con donaciones periódicas a investigar sobre la relación entre el deporte y los daños cerebrales. «La salud es una de nuestras principales prioridades», respondió Roger Goodell, comisionado y portavoz de los 32 equipos de la Liga
«Mi hermano mayor me metió en este deporte y ahora quiere que lo deje porque teme que no sea capaz de andar o disfrutar la vida cuando me retire», explicaba meses atrás un jugador a la revista ESPN, que realizó una encuesta anónima a medio centenar de «gladiadores» de la NFL: casi la mitad afirmó que acortaría su vida cinco años a cambio de llevarse el premio al mejor jugador en una Super Bowl. Un alto precio a cambio de la fama. Que todavía queda un largo camino por recorrer lo ha demostrado esta temporada recién acabada Greg McElroy, 24 años, en teoría informado de los riesgos, que intentó evitar que los Jets supiesen que había sufrido una conmoción para no perder la titularidad en un mundo hipercompetitivo. Alex Smith, quarterback de los 49ers, sufrió una conmoción a principios de la temporada y perdió su sitio ante Colin Kaepernick, que acabó jugando la Super Bowl.
«Jugadores, entrenadores y médicos deben ser educados sobre los efectos permanentes que tienen los golpes en la cabeza, y las consecuencias negativas a largo plazo», explica el neurólogo Omalu. «¿Dejarán nuestros hijos de jugar al fútbol americanoahora que ahora que podemos diagnosticar con más detalle sus graves consecuencias?», se cuestionaba al inicio de la temporada la revista ESPN. El futuro del «football» parece quedar en manos de los padres de América.
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